Bello azul

A Prada

   Era tan tedioso el mismo camino, la fotocopiadora, el bar que siempre está abierto, el semáforo en su juego de luces, un paso tras otro, sí, era aburrido y hacía frío. El día estaba gris y seguí mi camino hasta que la vi. Allí estaba más bella que el tulipán, resplandeciente como el sol, toda ella era perfecta. Un día vestía de rojo, otro naranja y ese día de azul; cómo me gusta el azul que contrasta con su larga cabellera negra que juega con el viento y recubre sus mejillas rosas. 
Ella sonreía, como de costumbre, sus dientes perfectamente alineados cerca de sus labios de algodón rosa y sus ojos miel son su mejor adorno, pero escucharla hablar en clase me estremecía el alma; era una mezcla entre filósofa y socióloga. En clases de retórica nada se le escapaba. Podría escucharla todo el día y no cansarme. Esa tarde cuando la vi de seguro producía placer en quien la escuchaba con atención, así que me apresuré mientras veía como el viento intentaba levantar su enagua azul; quise detenerlo, pero ella puso su mano sobre la misma mientras que con la otra se quitaba los mechones de su cara. 
La amaba tanto y ella lo sabía, sabía que mis versos eran suyos, pero tenía de novio un filósofo que la complementaba. Así que le desee lo mejor y me convertí en nada ante su presencia, se había enojado cuando supo que la quería y me pidió que me alejara. 
   Allí seguía frente a mí, esperaba el rojo en el semáforo y al fin cuando logró cruzar el famoso ferrari rojo de cada tarde la arrastró como si fuese un trapo. Tiré mi bolso y salí corriendo, la vi y no podía gritar, me quedé sin voz, perpleja al verla, sentía pedazos estrujándome las venas mientras mi cara estaba cubierta de lágrimas. Si tan solo no la hubiese mirado, si ese imán que tenía cuando estaba cerca lo hubiese esquivado, ¡maldita sea! si me hubiera fijado que un imbécil no iba respetar la señal... habría gritado, pero no fue así; ahora no está, se ha ido no sé a donde, pero aquí no más y se fue con ella mis poemas, mi amor, mi alegría... Y sí, el mismo bar que nunca cierra, la fotocopiadora, el semáforo, la calle, su recuerdo.

Guiselle Cortés Gómez

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